Traficantes de personas ofrecen viajes en Uber, estancias en hoteles de cuatro estrellas y comunicación permanente a través de redes sociales.
El coyote le prometió de todo, hasta escolta particular a la frontera en un lustroso autobús.
Incluso le dieron un adelanto de su ‘tour’: Fotos en Facebook, un video en TikTok y fotografías que le mostraban a Pedro Gómez cómo podía hacer su viaje sin contratiempos desde Guatemala, a través de México y cruzar a Estados Unidos, donde le esperaba una nueva vida.
El viaje incluía un Uber, que lo llevaría desde un bonito hotel hasta la frontera, donde usaría una escalera hecha de varillas que no podía costar más de $6 para escalar un muro construido a un costo de $15,000 millones.
Todo lo que necesitaba era un smartphone y un préstamo bancario.
Algo que le pareció aun más atractivo, fue que el traficante de personas le explicó a Gómez que tendría no una, ni dos, sino tres oportunidades para poder cruzar la frontera con ayuda de un guía.
Los precios iban de $10,000 a $15,000, y solo tenía que hacer un pago de contado de $6,000.
Gómez, de 37 años, pequeño agricultor devenido en tortillero y que era víctima de constantes extorsiones en su ciudad de origen, se sintió atraído por lo que el coyote le prometía.
“Lo hizo ver muy, muy fácil”, dijo Gómez, rompiendo en lágrimas al confesar que su intento de escapar de las pandillas y de los estragos que dejaron dos huracanes seguidos el pasado otoño, terminó en un albergue de Juárez, sin dinero y con los tobillos rotos.
Su coyote lo abandonó, y ahora está embarcado con una deuda de miles de dólares.
Mientras la atención nacional se ha centrado en el creciente número de menores no acompañados que están siendo admitidos en Estados Unidos, la fuente de ingresos más grande de los contrabandistas conocidos como coyotes son las personas y familias que son tentados a venir a Estados Unidos con la promesa de que sus guías intentarán tres o más veces hacerlos cruzar la frontera de manera segura.
Les venden un cómodo viaje al norte y la falsa promesa de que una vez que estén en suelo estadounidense, especialmente si llevan niños, podrán pedir asilo y no los devolverán.
Pero bajo el Título 42, una ley de salud pública que data de 1944 invocada por el gobierno de Trump para frenar la propagación del coronavirus, evitando el tedioso proceso formal de deportación, los migrantes son rápidamente expulsados a México por la Patrulla Fronteriza, en ocasiones a cientos de millas de distancia de donde su coyote les ayudó a cruzar.
En retrospectiva, Gómez ahora tiene la impresión de que todos estaban confabulados: El banco que aprobó el préstamo para pagarle al coyote, y hasta su propio pastor, que le recomendó al coyote.
“El sueño americano se convirtió en pesadilla”, añadió.
Todo parecía demasiado bueno para ser verdad.
El caso de Gómez, muy similar al de otros migrantes que se encuentran en la frontera, es como una detallada anatomía del enorme precio que se paga por viajar al norte.
Los coyotes adoptan y cambian tácticas hábilmente sobre el terreno y manipulan a su cargamento humano usando los medios sociales.
Sin escrúpulos, se adaptan rápidamente a cualquier cambio en la política de Estados Unidos. Algunas veces, simples matices de retórica entre políticos es de gran ayuda para su negocio.
“Los contrabandistas se han vuelto mucho más habilidosos y creativos para promocionar sus servicios entre migrantes desesperados y vulnerables”, dijo Guadalupe Correa Cabrera, experta en crimen organizado por George Mason University.
“Usan redes sociales como Facebook, o aplicaciones como WhatsApp, para realizar sus negocios ilícitos sin ser rastreados mientras se mantienen en contacto no solo con sus clientes sino también con sus familias”.
Las nuevas y refinadas tácticas tipo turismo que emplean ahora los traficantes de personas ponen en relieve los grandes desafíos que enfrenta la administración Biden en su intento de controlar el creciente número de migrantes que está llegando a la frontera.
Esta semana el presidente Joe Biden nombró a la vicepresidenta Kamala Harris como encargada de asuntos de inmigración, y tres altos funcionarios partieron a la Ciudad de México y a Guatemala para entrevistarse con representantes de los gobiernos locales y discutir formas de atacar juntos las causas de la oleada migratoria y combatir a los contrabandistas.
Inundaron la televisión, la radio y las redes sociales con anuncios para transmitir un urgente mensaje: “No vengan. La frontera está cerrada”.
Para muchos migrantes ese mensaje es demasiado poco y demasiado y tarde.
En un día reciente en el Puente Internacional Paso del Norte que une a Ciudad Juárez y El Paso, varias familias buscaban albergue mientras hacían un plan para llegar a Estados Unidos.
Las autoridades estadounidenses los habían capturado en el Sur de Texas después de cruzar la frontera y los transportaron en avión 800 millas hasta El Paso, donde fueron rápidamente expulsados a Juárez.
Rompieron en llanto al darse cuenta de que habían sido engañados por los coyotes, que les habían dicho que podían entrar a Estados Unidos llevando a sus niños para que les pudieran dar asilo.
Al principio los migrantes no tienen muy claro qué es lo que les está pasando. Sus coyotes, que los llevaron sin incidentes hasta la frontera, súbitamente se hallan a cientos de millas de distancia.
Una mujer daba pecho a su bebé mientras sollozaba. Otra, Suyapa Ponce, preguntó al reportero entre lágrimas: “¿Qué? ¿Aquí no es Estados Unidos?”.
Había viajado desde Honduras con dos niños, un hijo adolescente y su esposo, Mario Francisco Rodríguez. Iban a Dallas a reunirse con familiares.
Mario preguntó: “¿Qué tan lejos queda Dallas?”.
A unas 700 millas, pero tendría que cruzar primero a Estados Unidos, respondió el reportero.
Ponce gritó en su teléfono: “Roberto, nos engañaste!”.
José Alberto Funes Cardona, de Guatemala, ya no traía dinero ni saldo en su teléfono.
“Si anduviera solo, yo salía adelante; pero con mis hijos, estoy (improperio)”, dijo.
De acuerdo con Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), los cruces a lo largo de la frontera fueron aumentando durante el verano y otoño; luego se dispararon de 78,442 en enero a 100,441 en febrero, casi el triple del total de febrero de 2020.
CBP calcula el índice de reincidencia —cruzar más de una vez— en 40%.
Un agente federal en El Paso conocedor de información sobre el terreno lo puso en términos simples:
“Muchas veces se vuelve un día muy repetitivo; encontramos a la misma persona una y otra y otra vez. Entre más difícil se las ponemos, más lucrativo es. Y ahora, el Título 42 vale oro porque no hay consecuencias”.
The Dallas Morning News no identifica al agente porque no estaba autorizado para hablar públicamente.
El agente agregó que esta medida incluso ha hecho aumentar el número de estadounidenses, generalmente adolescentes, que trabajan con los contrabandistas a cambio de dinero fácil en estos tiempos de crisis económica debido a la pandemia de coronavirus.
Según un estudio de Rand Corp. en 2019, el contrabando de humanos “desde el Triángulo Norte de Centroamérica —Guatemala, Honduras y El Salvador— a Estados Unidos generó entre $200 millones y $2,300 millones para los contrabandistas de personas” en 2017.
“Estamos hablando de un negocio multimillonario, muy lucrativo y muy mortífero”, dijo Arturo Fontes, exagente del FBI y ahora director de la firma Fontes International Consulting.
La realidad es muy cruda a lo largo de este solitario tramo de la frontera, donde la Carretera Estatal 9 de Nuevo México corre desde las afueras de El Paso al oeste a lo largo de la frontera con México.
Se trata del segundo corredor de contrabando de drogas y personas más activo del país.
También es uno de los más peligrosos por su aislamiento y cercanía con la transitada Interestatal 10, un imán para los contrabandistas, ya que atraviesa el país.
En el lado mexicano, en Palomas, se encuentra el albergue para migrantes Tierra de Oro.
En un día reciente, los migrantes se preparaban para celebrar el cumpleaños de una niña cubana que, como algunos otros niños, acababa de llegar.
Sus madres dicen que los coyotes les dan información falsa: Que los niños son el boleto para recibir asilo.
Tierra de Oro tiene candados y cámaras de seguridad. Solo acepta migrantes seleccionados por un grupo mexicano de rescate conocido como Grupo Beta.
Pero el pastor Rosalío Salas, entre cuya red de albergues está Tierra de Oro, sabe que contrabandistas se introducen en su albergue fingiendo ser migrantes para vigilar a su presa, especialmente cuando están heridos, y reclutar nuevos.
“Los coyotes son tan poderosos que corrompen a cualquiera y a todo”, dijo Salas. “Frente a ellos no tenemos ninguna posibilidad”.
En el interior de un cuarto mal iluminado, Gómez y otros tres migrantes hablaban en voz baja, temerosos de que alguien pudiera estar escuchándolos.
Gómez y Jhon Jhairo Ushca Alcocer, de 25 años, de Ecuador, comparaban notas.
Los dos llevan en Tierra de Oro desde enero, mientras sanan de sus lesiones después de caer del muro.
Ambos anteriormente hablaron con The Dallas Morning News sobre su experiencia.
Semanas después, con tiempo de sobra para reflexionar sobre su decisión de cruzar a Estados Unidos, descubrieron junto con Juan José Ramírez de Honduras, lo mucho que se parecen sus experiencias.
Los tres recurrieron a familiares y amigos para financiar su viaje a Estados Unidos, pero la principal ayuda la obtuvieron en préstamos bancarios.
Todos habían visto videos en los medios sociales y se unieron a un grupo en WhatsApp para chatear con coyotes y otros migrantes.
“Uno ya ni sabe cual es la verdad”, dijo Gómez, mirando su teléfono.
Gómez dijo que su caso se desarrolló así: Él y su esposa tenían una tortillería, y apenas sacaban para el gasto.
Entonces, al final del verano pasado, Gómez recibió una llamada de su empleador anterior en una maquiladora. Le dijo que querían cientos de tortillas por semana para sus empleados.
Las cosas parecían pintar mejor. Gómez y su esposa por fin tendrían suficiente para alimentar a sus tres hijos.
Pero ahí fue cuando empezaron sus problemas. Un miembro de una pandilla le dijo a Gómez que tenía que pagar una cuota —extorsión— para protegerlo de bandas rivales, ya que usaría la ruta de entrega a la fábrica.
Gómez aceptó con renuencia. “Mientras nos dejen trabajar”, dijo.
Semanas después aumentó la cuota, y dos huarcanes, Eta y Iota, golpearon la región uno tras otro.
Su casa y negocio quedaron casi destruidos. Ya no podía darse el lujo de pagar extorsiones, y pidió permiso posponer sus pagos por unas semanas.
‘No’, fue la respuesta. Le dijeron que si no pagaba, lo matarían a él, a su esposa o a sus hijos.
En un país donde la corrupción y la anarquía son la norma, Gómez recurrió a su iglesia. Su pastor oró y le hizo una sugerencia: contactar a un coyote que él conocía, el mismo que no hacía mucho había cruzado a un sobrino a Estados Unidos.
Hasta tenía fotos para demostrarlo. Un hombre sonriendo junto a un vehículo. También examinó varias páginas en Facebook y un video en TikTok de un migrante cruzando sobre el muro.
Esa imagen se le grabó en la mente.
Él y su esposa trazaron un plan: pedir dinero a familiares y amigos. Tomar un préstamo en el banco. Hipotecar todo lo que tenían. Sí, había riesgos, pero Gómez estaba seguro de que cruzaría a Estados Unidos.
El coyote le prometió tres oportunidades. Si era capturado y expulsado, le ayudaría a cruzar otra vez.
Al final, todo lo que tenía que aprender a hacer era registrarse con su “pin de localización” en aplicaciones de medios sociales y escalar el muro.
La tarifa pagada al coyote cubría gastos de viaje, comidas y un Uber que lo recogería de un hotel de cuatro estrellas para llevarlo hasta el punto de cruce.
¿Empleo? No hay problema, le aseguraron familiares en Texas y South Carolina. Y para su sorpresa, obtener un préstamo bancario no fue difícil.
Gómez dice que incluso le dijo al ejecutivo bancario para qué quería el dinero. Ningún problema, le dijo. Eso es cotidiano.
A principios de enero partió con rumbo norte a bordo de un autobús “de lujo”; pero para cuando llegó a Juárez ya no tenía dinero.
Dice que no permitió amargarse la vida ni deprimirse. Después de todo, le prometieron tres intentos.
En su primer intento, cayó del muro, y se quebró los tobillos. Terminó en Tierra de Oro. Los doctores le dijeron que necesitaba de cuatro a seis meses para sanar… tan solo para volver a caminar.
Le dio la noticia a su esposa, quien a su vez se la transmitió al alguna vez amable ejecutivo bancario, quien súbitamente se tornó un gruñón y le recordó que su tasa de interés podía aumentar a 20%.
También le avisó a su coyote, quien desapareció y ya no ha vuelto a contestar sus llamadas. Las pandillas en Guatemala ahora acechan a su esposa e hijos.
En todo lo que piensa Gómez es cruzar al norte, “porque regresar, vivir en Guatemala, no es una opción. En todo lo que pienso es salvar a mi familia”.
Por las noches reproduce un mensaje con el llanto de su hijo para para recordarse de su sacrificio.
“Las palabras ‘rendirse’ o ‘no puedo’ no existen en mi mente”, dijo.
Cuando se le preguntó qué les diría a los estadounidenses que dicen que él y otros migrantes están tratando de burlar al sistema, Gómez hizo una pausa y dijo con serenidad:
“Les pido su perdón y comprensión, porque, en mi país, tan solo trabajar es un crimen”.