5 000 km de ruta, 3 700 metros de altitud, una enorme zanja de metro y medio… El camino de los migrantes venezolanos para llegar hasta Chile es muy difícil, pero es uno que muchos están dispuestos a hacer para alcanzar un futuro mejor.
“Si pudimos pasar Colombia, Ecuador y pasamos Perú a pie y estamos pasando Bolivia, ¿por qué no pasar a Chile? ¿Por qué no llegar a Chile? ¿Qué nos lo impide?”, se pregunta Fernando José Yepez, migrante venezolano.
Atravesando el desierto, deben soportar temperaturas bajo cero, tanto el sol abrazador como la oscuridad total, inundaciones y hasta ladrones. Al menos 20 personas murieron en 2021 intentando cruzar la frontera Pisiga-Colchane, a 460 kilómetros de La Paz y 2 000 de Santiago. Y en lo que va del año, cinco personas han muerto, incluyendo un niño y una anciana, cuyos cuerpos fueron hallados del lado chileno el fin de semana.
Aun así, las cifras no son suficientes para desanimar a los migrantes más determinados.
“Como ya están a un paso, se puede decir, de Chile, entonces no quieren volver. Tienen que hacer este caminar para Chile, aunque pese a todo lo que les decimos, que también llegan otros que vuelven y les cuentan la realidad que han vivido. Pese a eso, ellos quieren arriesgarse y quieren pasar para el otro lado”, explica Elizabeth Ortega, monja encargada de un refugio para migrantes en la frontera entre Bolivia y Chile.
Más de seis millones de personas han dejado Venezuela en los últimos años, de acuerdo con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), y más de medio millón está en Chile.
Escapan de la violencia y escasez en su país, y protagonizan una de las crisis migratorias más graves de la historia. Sin embargo, su llegada a Chile como migrantes no les asegura escapar la discriminación, ni los ataques xenófobos.
En febrero, las cancillerías de Bolivia y Chile –sin lazos diplomáticos desde 1978– acordaron una mesa de trabajo sobre migración, pero aún no ha habido avances.