Con apenas 13 años de edad, Daniel —seudónimo— ya había cruzado la frontera Tamaulipas-Texas de forma irregular en siete ocasiones; de éstas, fue deportado en cinco.
En una entrevista realizada en el año 2018, narró que tenía dos meses trabajando para un pollero que había conocido por un amigo, él cruzaba “por el [río] Bravo a los pollos” o migrantes y le pagaban “muy bien”.
La primera vez que su madre supo lo que él hacía, se molestó y preocupó; después, ante la precariedad familiar, lo vio como un ingreso útil. Chicos como Daniel forman parte de algunos niños, niñas y adolescentes que cruzan la frontera, aunque engañados o amenazados por actores criminales de la región para participar en el tráfico de migrantes como enganchadores o guías.