La comunidad trans migrante en Estados Unidos vive una situación alarmante: desde la reciente reforma fiscal impulsada en el segundo mandato de Donald J. Trump, el acceso a tratamientos de afirmación de género —como terapias hormonales o cirugías— se ha vuelto prácticamente imposible para muchas personas migrantes sin estatus legal. La restricción de fondos federales y los recortes al presupuesto de salud pública han dejado fuera a solicitantes de asilo, personas sin documentos regulares, y a quienes dependen de programas públicos como Medicaid.
Para muchas de estas personas, lo que antes era una rutina médica se ha convertido en una odisea. En al menos un caso revelador, una mujer trans migrante inmigrante latinoamericana acudió en julio a recoger su dosis mensual de estradiol en una clínica comunitaria en Nueva York —sin éxito: no había suministro. Aunque obtuvo la medicina mediante donaciones, advierte que no sabe si podrá obtenerla el mes siguiente.
Se estima que cientos de miles de personas trans migrantes viven en Estados Unidos, muchas huyendo de violencia, discriminación o negación de salud en sus países de origen. Las clínicas comunitarias que intentan atenderlas están saturadas: listas de espera crecientes, falta de médicos especializados y escasez de insumos son el nuevo día a día.
Pero la crisis no se limita a la salud: las nuevas políticas se enmarcan en un contexto más amplio de leyes estatales y federales que restringen derechos de las personas LGBTQ+. Esto incluye limitaciones al acceso a la atención médica, obstáculos para el reconocimiento de identidad de género, y un clima de rechazos sistemáticos para quienes buscan migrar.
Ante esta situación, muchas personas trans migrantes intentan moverse internamente dentro de EE. UU., buscando refugio en estados o ciudades que se han declarado “santuarios” para la comunidad trans. Sin embargo, este éxodo interno no garantiza estabilidad: la demanda supera con creces los recursos disponibles, y la incertidumbre sobre el acceso a salud, vivienda y empleo persiste.
La crisis que enfrentan las personas trans migrantes no es solo una emergencia de salud: es un problema estructural y humanitario, ligado a migración, identidad, desigualdad, y abandono institucional. Para cientos de miles de personas, llegar a Estados Unidos ya no significa esperanza: puede ser el inicio de un nuevo tipo de vulnerabilidad.
El desenlace asoma peligroso: sin acceso garantizado a tratamientos esenciales, muchas personas podrían ver amenazada su integridad física y mental. No se trata solo de medicamentos: está en juego su dignidad, su derecho a la identidad, su derecho a una vida segura y libre.












