El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dado la orden de pintar de negro el muro fronterizo con México. Según explicó la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, la decisión busca que, al absorber más calor del sol, la superficie alcance temperaturas tan altas que resulten incómodas al tacto y prácticamente imposibles de escalar. La medida se presentó como parte de una nueva etapa en el plan de reforzamiento de la frontera sur.
Durante una conferencia en Nuevo México, Noem aseguró que el muro ya cuenta con características de gran seguridad:
“Es demasiado alto para escalar, demasiado estrecho para atravesar y ahora tan caliente que los migrantes ilegales ni siquiera lo intentarán.”
La estrategia incluye no solo la pintura negra, sino también cámaras de vigilancia, sensores de movimiento y tecnología avanzada para detectar intentos de cruce. Todo esto forma parte del paquete presupuestal llamado One Big Beautiful Bill, que destina más de 46,000 millones de dólares a la finalización del muro y a la implementación de nuevas medidas de seguridad.
Más allá del simbolismo político, la pintura también cumple una función práctica: proteger la estructura de la corrosión y extender la vida útil de las barras de acero. Según especialistas en infraestructura, el mantenimiento de este tipo de muros es costoso y la aplicación de recubrimientos ayuda a disminuir ese gasto a largo plazo.
Sin embargo, la decisión ha generado debate. Algunos expertos consideran que endurecer físicamente la frontera no cambia las razones de fondo por las que miles de personas intentan llegar a Estados Unidos cada año: la pobreza, la violencia, la falta de oportunidades o la reunificación con sus familias. Aunque los obstáculos puedan ser cada vez más difíciles, muchos migrantes siguen arriesgándose a emprender rutas más peligrosas.
Organizaciones de derechos humanos también han señalado que las medidas de “disuasión” suelen tener como consecuencia directa un aumento en los riesgos para quienes migran. Al no poder cruzar por puntos más accesibles, las personas se ven obligadas a recurrir a zonas desérticas o a métodos inseguros, donde la posibilidad de sufrir accidentes o deshidratación es mucho mayor.
Con esta nueva fase del muro, el gobierno estadounidense busca enviar un mensaje de fortaleza y control en la frontera, pero el impacto real en los flujos migratorios todavía está por verse. Mientras tanto, la discusión sobre cómo atender las causas estructurales de la migración sigue siendo uno de los grandes pendientes en la relación entre Estados Unidos, México y Centroamérica.