Más de 30.000 migrantes, 23.000 de ellos venezolanos, cruzaron en agosto la frontera entre Colombia y Panamá, con rumbo a Estados Unidos.
La inhóspita selva que separa a Colombia y Panamá ha sido más transitada este año que nunca antes. El paso de migrantes por esa espesa muralla verde que se conoce como el Tapón del Darién se encamina a romper todos los registros históricos. Ese alarmante flujo superó los 30.000 migrantes el pasado mes de agosto, de acuerdo con las autoridades panameñas, 23.000 de ellos venezolanos, unos números inéditos que han encendido las alarmas de las organizaciones de derechos humanos.
“Estamos ante cifras probablemente nunca antes vistas de migrantes cruzando el Tapón del Darién”, advierte Juan Pappier, investigador senior de Human Rights Watch (HRW), que prepara un gran informe sobre la crisis humanitaria y ha visitado el terreno. “Eso quiere decir que más y más personas están expuestas a gravísimos abusos, incluyendo violaciones sexuales, en una frontera en la que reciben poquísima protección, una asistencia humanitaria insuficiente y un acceso a la justicia casi nulo”, añade.
El año pasado, una cifra récord de 133.000 migrantes y solicitantes de asilo cruzaron la frontera, entre ellos 29.000 niños y niñas, según los datos oficiales de las autoridades panameñas. En lo que va de 2022, más de 100.000 personas han transitado por esa ruta, considerada una de las más peligrosas en el mundo. Nadie sabe con certeza cuántos han muerto por el camino.
Durante extenuantes jornadas, los migrantes de distintas nacionalidades caminan por la peligrosa selva que divide al sur del continente de Centroamérica. La diáspora haitiana que recorre América Latina desde hace una década ya se había convertido en una crisis humanitaria en 2021, pero ahora es superada en números por el éxodo venezolano también en ese paraje salvaje. En este año, los venezolanos han rebasado –por mucho– a cubanos y haitianos como la población más numerosa, expuestos a abusos aberrantes. Hasta enero sus cifras eran mínimas, pero entonces México, ante presiones de Estados Unidos, comenzó a exigir visa a los venezolanos que llegaban por avión. Costa Rica y Belice también impusieron nuevos requisitos.
Más de 6,8 millones los venezolanos han huido en sucesivas oleadas de la crisis política, social y económica que ha sacudido a su país, con un incremento significativo en el último año, de acuerdo con R4V, la plataforma de coordinación interagencial para refugiados y migrantes de Venezuela. Casi 2,5 millones se han asentado en Colombia, el principal país de acogida, mientras miles todavía buscan llegar hasta Estados Unidos.
El incremento tanto de familias migrantes como de menores no acompañados también ha alertado a las autoridades. En junio, la Defensoría del Pueblo de Colombia llamó la atención sobre los graves riesgos que enfrentan los niños, niñas y adolescentes migrantes que transitan por Apartadó y Necoclí, en el departamento de Antioquia, y el corregimiento de Capurganá, en Acandí, en el Chocó, muy cerca de los límites entre Colombia y Panamá. Ya en julio, HRW advertía que los nuevos requisitos de visados impuestos por varios países de América Latina habían provocado un salto en el número de venezolanos que se exponen a los grupos armados, las crecidas de los ríos o las caídas en las empinadas lomas de ese paraje, con el propósito de seguir después con rumbo a Norteamérica. También a los naufragios de las embarcaciones con las que a menudo buscan acortar la travesía. En el camino, los ‘coyotes’ han sido los grandes ganadores.
El vertiginoso aumento de la migración a través del Darién es preocupante por varias razones, coincide Adam Isacson, director para Veeduría de Defensa en la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos(WOLA, por sus siglas en inglés) y experto en las relaciones entre Colombia y Estados Unidos. Para empezar, casi no existe infraestructura para gestionar ese flujo. “El Darién se consideraba una barrera natural para la migración hasta hace poco. En 2011, Panamá detectó sólo a 283 personas que tomaban esta ruta en todo el año. Este año, hay 283 personas cada 17 horas”, apunta. Esa carencia de infraestructura significa que los migrantes no pueden acceder a ningún tipo de atención médica si se caen por esas trochas, o los muerde una culebra. “He hablado con varios migrantes en la frontera entre México y Estados Unidos que me han dicho haber visto cadáveres tirados por la selva del Darién”, relata Isacson.
Los migrantes están a merced de grupos criminales que operan con total impunidad, y uno de los peores indicadores de ello es la violencia sexual. Médicos Sin Fronteras, que opera un puesto de socorro al final de la ruta del Darién, dice que su personal ha documentado casi un caso diario de un migrante que sufrió violencia sexual, apunta el experto de WOLA.
“También es preocupante lo que significa un gran aumento de la migración a través del Darién para el resto de la ruta migratoria, que no está mucho mejor gobernada”, advierte Isacson. “Cualquier aumento en el Darién se hace sentir pronto en Costa Rica, en Tapachula –donde los migrantes venezolanos han estado realizando protestas casi diarias para obtener tarjetas que les permitan transitar hacia la frontera con Estados Unidos– y en el lado estadounidense de la frontera. A lo largo de esta ruta, los delincuentes y los funcionarios corruptos se aprovechan de los migrantes, que pagan enormes cantidades a los coyotes que a menudo les engañan sobre el viaje”, explica.
El alcance continental de la crisis ya ha quedado en evidencia. El aumento repentino de solicitantes de asilo venezolanos que llegaron a través del Darién ha desbordado la capacidad de procesamiento de migrantes recientemente en Yuma, Arizona, y ahora mismo en El Paso, Texas, señala Isacson. A diferencia de la mayoría de las oleadas anteriores de migrantes, los solicitantes de asilo venezolanos que llegan ahora muchas veces carecen de familiares, contactos o redes de apoyo en Estados Unidos, y por tanto no tienen un plan. Las cifras récord probablemente se dejarán sentir más pronto que tarde en esa otra frontera.