En un acto de desesperación y esperanza, cientos de migrantes han emprendido un viaje arduo desde la frontera sur de México, con la mira puesta en un futuro más prometedor. La caravana, que partió al amanecer desde la ciudad de Tapachula, Chiapas, ha sido denominada “Viacrucis Migrante 2024” y simboliza las penurias y el sufrimiento humano que estos migrantes enfrentan en su travesía.
Los participantes de la caravana buscan visibilizar las dificultades que enfrentan, como robos, violaciones, extorsiones, secuestros e incluso la muerte. Estas adversidades son el pan de cada día en su camino por México, un país que se ha convertido en un corredor de migración lleno de peligros.
La política migratoria mexicana ha sido criticada por su falta de claridad y eficacia. Los migrantes se ven obligados a caminar kilómetros bajo el sol o la lluvia, soportando hambre y sed, mientras sus trámites de regularización parecen estancarse en un burocrático limbo. El transporte público les es negado, y las carreteras por las que caminan se convierten en trampas donde son detenidos y, muchas veces, deportados1.
El fenómeno migratorio no es nuevo, pero cada caravana que se forma y cada historia personal que emerge, como la de Daniel Godoy y su familia, resalta la persistencia de un problema que requiere atención y soluciones estructurales
A pesar de los esfuerzos conjuntos entre México y Estados Unidos para controlar el flujo migratorio, la realidad es que miles de migrantes continúan llegando a la frontera norte, buscando cruzar hacia el territorio estadounidense. Entre ellos, familias enteras, como la de Daniel Godoy, quien junto a su esposa y dos hijos pequeños, decidió unirse al viacrucis tras meses de espera sin respuesta a sus trámites de regularización.