Durante el año fiscal 2025, al menos 22 migrantes fallecieron mientras estaban bajo custodia del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE. UU. (ICE), la cifra más alta registrada en dos décadas. Entre esos decesos se incluyen casos de suicidio, violencia interna y presuntos fallos médicos, un escenario que despierta alarmas sobre el trato que reciben quienes se encuentran bajo detención migratoria.
Más de la mitad de los fallecidos eran latinoamericanos, y el conteo incluye a los dos migrantes que fueron abatidos por un francotirador en una oficina del ICE en Dallas. La cifra supera con creces los 12 muertos del año fiscal anterior y se aproxima a récords del pasado remoto. Según registros históricos, el máximo ocurrió en 2004, año en que se documentaron 32 muertes bajo custodia.
Organizaciones defensoras de derechos humanos han denunciado que muchos centros de detención operan por encima de su capacidad —albergando a más de 60.000 detenidos— y adolecen de personal médico suficiente, condiciones sanitarias deficientes, alimentos escasos y falta de atención legal o transparencia. En algunos casos, los migrantes no reciben las medicinas que necesitan o enfrentan ambientes extremos sin recursos para subsistir.
Uno de los casos más conmovedores es el de Ismael Ayala‑Uribe, detenido mientras trabajaba y posteriormente fallecido en un centro en California. Su madre relató que el joven solicitó ayuda médica varias veces sin que los custodios respondieran. Otro caso es el de Santos Reyes Banegas, detenido en Nueva York y encontrado muerto en su celda pocas horas después de su arresto, lo que ha generado dudas sobre vigilancia y protocolos internos.
Mientras tanto, el propio ICE afirma que todos los detenidos reciben “atención médica integral, alimentación adecuada y la posibilidad de comunicarse con abogados y familiares”. Sin embargo, esas garantías son cuestionadas con dureza por activistas y congresistas, que exigen que se investiguen cada uno de estos fallecimientos y se depuren responsabilidades internas.
La escalada de muertes bajo custodia migratoria no es un dato estadístico: es un dolor humano con consecuencias —familias rotas, ausencias irreparables y nuevas barreras para quienes migran o buscan asilo. Si esta tendencia continúa, EE. UU. enfrentará una crisis ética y política ineludible, y los migrantes seguirán pagando con sus vidas la tensión entre control y dignidad humana.